2100. Londres. El Támesis cubre parcialmente el parlamento
de la capital británica, que se lamenta de haber sido reconstruido tras el
incendio en 1834, cuando pensaba que la mano de aquellos que lo erigían solemne
y magnífico de nuevo no podrían estropear así su obra maestra, cuando pensaba
que tanta incongruencia no cabía en las mentes y en las manos de las personas.
Bombay, mismo año. Turistas pasean cercanos a La Puerta de
La India, por unos alrededores que impiden acercarse a ella, pues ha quedado
cubierta, prácticamente desaparecida por culpa del agua. Los soldados indios muertos en la Primera
Guerra Mundial y las Guerras Afganas de 1919 en honor de quiénes se construyó
lloran en sus tumbas, más sus lágrimas se confunden con el agua que también las
domina, las subyuga de nuevo.
Lo mismo pasa en Shanghai.
Y en Nueva York. Y en la ciudad sudafricana de Durban. Siento
decepcionar a los lectores que pensaban que estaban comenzando una novela, una
historia corta quizás, de aventura fantástica.
Estaban, simplemente, siendo los privilegiados que pueden
ver el futuro. Las noticias de las que no tomaremos consciencia en vida, las
que escucharán, leerán, con las que lidiarán día tras día nuestros hijos y
nietos si no hacemos nada por impedirlo, y sin aventurar más generaciones
futuras, no vayamos a pecar de optimistas.
El calentamiento global es una realidad en nuestros días. Lo
lleva siendo desde hace mucho tiempo, y ya en la década de los 50 sus efectos
comenzaron a notarse y a advertirse. Curioso, ¿verdad? Tú creías que las
asignaturas de conocimiento del medio que te impartían en primaria sobre como
reciclar, contaminar menos o salvar energía eran mero relleno, que no servían
para nada, y por desgracia así fue.
Recientes sondeos han demostrado el ‘escepticismo’ del que
ha enfermado el mundo, especialmente en países como Australia, Noruega, Nueva
Zelanda y los Estados Unidos (con una correlación positiva con las emisiones
per cápita de dióxido de carbono), escepticismo que no sería tal si tomáramos
conciencia de una vez de lo que este fenómeno está causando en todas partes.
El mar creciendo entre 2,6 mm y 2,9 mm por año, dominado por
el deshielo, por la pérdida de hielo antártico que tan lejana nos parece, la
producción de trigo y maíz a nivel mundial descendiendo, una mortalidad ELEVADA
INNECESARIAMENTE vinculada al cambio de frío a calor en algunas regiones,
especialmente en los pueblos indígenas del Ártico y de otras regiones, la
deforestación, la inundación de hábitats y la incipiente pérdida de especies…incluso,
dato curioso, un metaanálisis de 56 estudios que concluyó en 2014 que cada
grado de temperatura adicional aumentaría la violencia hasta un 20 %, lo cual incluiría riñas, crímenes violentos, agitación social o guerras. Por no hablar de
la contaminación, que afecta a nuestra salud de manera tan gradual que ni tan siquiera nos damos cuenta, o, simplemente, no queremos hacerlo.
Y nosotros, con los ojos vendados, símil de quién va a ser
ejecutado y no puede observar nada los instantes previos a su muerte.
Este artículo es una llamada a cuidar nuestro mundo. Cada
mañana te despiertas y probablemente seas uno de esos afortunados que disfrute
de la luz del sol. Del buen tiempo cuando llega la primavera. De esos inviernos
de frío regalando el calor que nuestra tierra no nos proporciona. De paisajes
que te hacen soñar, que dejan volar tu imaginación, como subir a lo alto del
Empire State, o tener frente a ti las pirámides de Egipto, el Taj Mahal, el
Cristo Redentor que te vuelve un simple humano y te abruma con su grandeza en
Rio de Janeiro.
Cada mañana, quizás seas uno de esos afortunados que lo son
el doble por sentirse así y valorarlo. A los que cada día la vida les arranca
algo por lo que sonreír, emocionarse, y todo porque simplemente, están vivos,
en un mundo acogedor, que nunca, a pesar de tanta sangre y tortura, les ha
cerrado sus puertas. Disfrutando de un cielo precioso, sin que te haga falta
viajar, y alcanzando el clímax tumbada en la arena de la playa con tus amigos
mientras descorchas una botella y te
dejas llevar por el sonido del mar.
Y, si por el contrario, no piensas así, seguro que en tu
corazón siempre hay un gran hueco para la gente a la que quieres. Para la que
querrás, es el doble de grande. Tus nietos, sobrinos, hijos o incluso hermanos,
aquellos que seguirán tus pasos, que pisarán donde tú pisaste. Aquellos a
quienes les estamos arrebatando un derecho fundamental, sin tan siquiera darles
la opción de alzar la voz, de luchar.
Personas que, si no cambiamos nuestra percepción, algún día
habitarán un mundo que se estremecerá con sus lágrimas, con su rabia e
impotencia, porque nunca les dimos la oportunidad de hacer algo, y ellos, a
diferencia de nosotros, sí lo habrían conseguido.
Nunca sentiremos un grave efecto por el calentamiento global
en nuestras vidas, es cierto. Tan solo pequeñas catástrofes, incendios,
terremotos o tsunamis a los que ya estamos acostumbrados. Fuertes lluvias,
contaminación….y eso debería ser suficiente.
Suficiente para quitarnos la venda de los ojos, comenzar a
actuar y a valorar lo que este mundo nos ha dado. Comenzar a paliar unos
efectos que lo hieren, a rebajar la
emisión de gases de efecto invernadero, a presionar a las grandes centrales
nucleares, a eliminar tanto dióxido de carbono emitido por el hombre que en
cientos de miles de años se ha incrementado sobremanera proveniente de la quema
de combustibles fósiles que no son absorbidos ni por la vegetación ni por los
océanos que permanece en la atmósfera.
En París, el pasado diciembre, en la XXI Conferencia
Internacional sobre Cambio Climático, se exigió un compromiso efectivo para
reducir el progresivo aumento de las temperaturas mundiales a 2ºC en el corto
plazo. Con ello, muchas zonas en el mundo y especialmente las ciudades costeras
y la zona del ártico quedarían inundadas parcialmente, pero esto evitaría al
menos las consecuencias catastróficas que, traducidas a imágenes, resultan de
un dramatismo que raya en lo irreal, más propio de una película de Spielberg
que de la imagen hasta ahora apacible que tenemos del lugar donde vivimos.
Comencemos pensando que, por pequeño que sea, cada pequeño
esfuerzo, cada intento por mejorar algo que cada persona lleve a cabo, comienza
por mejorar esta cadena de desastres aún evitables.
LAKE MEAD, DESCENSO DE NIVEL |
PECES MURIENDO CADA VEZ EN MAYORES CANTIDADES. FLOTANDO EN UN LAGO, TODOS SIN VIDA. |
ISLAS DE BASURAS EN LOS RÍOS Y OCÉANOS TRAS GRANDES CATÁSTROFES |
INCENDIOS FORESTALES DESCONTROLADOS |
Coches tras el huracán Sandy, NY |
¿Qué podemos hacer?
Se me ocurre persuadirte a que modifiques ciertos hábitos
nocivos por acciones beneficiosas. Para eso, te invito con todo aprecio a
encontrar más de una treintena de consejos en http://www.natura-medioambiental.com/25-consejos-para-cuidar-el-medio-ambiente/ y que la educación ambiental sea una
asignatura transversal para educandos y educadores. Una sociedad educada es
garantía de una realidad mejor.
No nos rindamos, nuestro planeta es único y aún podemos
pelear por él.
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